Nombre: Sandra, a 3.525 km de casa.
Ocupación: Costurera.
País de residencia: Estados Unidos.
País de origen: Guatemala.

Migrar fue una decisión propia impulsada por tener una familia numerosa. Yo era madre soltera, sin oportunidades de trabajo en Guatemala y el deseo que mis hijos fueran trabajadores profesionales y que lograran un nivel educativo más alto que yo. Esos elementos me motivaron para llegar a Los Ángeles, California.

Hoy puedo decir que no tengo mayor riqueza económica pero logré que mis seis hijos, que viven todos en la Ciudad de Guatemala, tuvieran carreras universitarias y accedieran a fuentes de trabajo con salarios dignos que también les permiten sostener a sus familias.

Llegué a esta ciudad en 1988; en Guatemala la situación económica era difícil para una mujer soltera, sin mayor nivel educativo. Para sobrevivir con seis hijos, no me quedó otra salida más que migrar. Lo más difícil fue dejarlos, desprenderme de mi familia.

Trabajé mucho tiempo con un estatus de indocumentada pero tuve la fortuna de conocer a mi esposo, ciudadano estadounidense, que me apoyó en los trámites de mi naturalización en el país. Esto me dio la oportunidad de regresar nuevamente a Guatemala para reunirme con mis hijos, pero la decisión fue seguir trabajando en Los Ángeles, pues allá la situación era la misma.

Aun teniendo documentos es difícil ir a ver a mis hijos, pues no significa que puedo trasladarme cuando quiera, debo continuar ganando el salario. Me junté en un momento con tres hijos estudiando una carrera universitaria, lo cual requiere de mucha inversión económica. Ahora los veo cada cuatro años.

Soy costurera en la industria textil y pienso que quienes migran en la actualidad sin documentos sufren demasiado pues a sus dinámicas laborales se añade el miedo a la deportación. Las personas migrantes aquí se levantan temprano, trabajan dobles turnos, casi 16 horas cada día; además viajan grandes distancias.

Esas situaciones no deberían suceder. Es una lástima que en nuestros países no se puedan generar mejores oportunidades para lograr una vida digna y el desarrollo de las familias. La población guatemalteca hace grandes aportes económicos, tanto aquí como en sus comunidades, pero es lamentable que por no contar con los permisos, no puedan tener mejores salarios.

Yo no quería que mis hijos se convirtieran en mano de obra barata para otro país, sino que fueran profesionales y aportaran en su país. Con una profesión es posible, pero si los propios gobiernos no garantizan la educación, es cuando la situación se pone difícil.

Las nuevas tecnologías de la comunicación han sido excelentes herramientas para sentir a mis hijos más cerca. El internet ha sido de gran ayuda porque en mis tiempos, en 1988 cuando llegué a Estados Unidos, podía hablar con ellos dos veces al año y me hablaban por cobrar; luego me quedaba pagando en cuotas las llamadas, porque cada una oscilaba entre los USD$200 o 250.

Uno de mis hijos trabaja en una institución de Gobierno, puede tener un mejor nivel de vida y tiene acceso a internet en su casa y nos comunicamos todas las noches con video llamada a un costo razonable.

Cada tarde, paso por este lugar (intersección entre Bonie Brae y 6th Street, Los Angeles, California), a tomar un atolito de elote. Es lo que me hace recordar una de las más grandes tradiciones que tienen las familias en la Ciudad de Guatemala, también comer una enchilada. Esto me mantiene conectada con mi país y con su gente. 

Valió la pena migrar. Si se me diera nuevamente la oportunidad de migrar para sostener a mis hijos, lo volvería a hacer. 

SDG 1 - FIN DE LA POBREZA
SDG 8 - TRABAJO DECENTE Y CRECIMIENTO ECONÓMICO
SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES