Nombre: Dany Redondo, a 8.464 km de casa.
País de residencia: España.
País de origen: Honduras.

Soy arquitecto, y tras varios años trabajando en el sector privado, me di cuenta de que me había estancado profesionalmente. Tenía dos panoramas ante mí si quería prosperar: dedicarme a trabajar duro y tratar de ahorrar algo de dinero o prepararme académicamente un poco más para poder diferenciarme y ofrecer una especialidad en el mercado laboral.

Por ello, decidí aplicar a una beca para cursar una maestría en Rehabilitación y restauración de edificios en una universidad de Madrid, España. El proceso de selección fue minucioso, pero también bastante rápido, en muy pocos meses tuve que renunciar a mi trabajo, deshacerme y vender algunas cosas. Migrar siempre es una revolución.

Llegué a Madrid en septiembre de 2019. Aterrizar en el aeropuerto era el inicio de la realización de un sueño: aprender en una de las mejores universidades de España y vivir en una de las capitales del mundo.

Soy una persona extrovertida, y las relaciones sociales han sido prósperas en estos meses. Pero también tengo que reconocer un choque cultural importante que va mucho más allá de factores nostálgicos, del típico “aquí no hay frijoles”. Es una cuestión de cómo me comunico en la sociedad de acogida, y de cómo me toman en serio por mi lugar de origen: es cierto que hay casos, por suerte aislados, de xenofobia y racismo. Personalmente me han tratado muy bien, pero sí creo que representa un reto ser parte de una sociedad diferente a la tuya.

Y de repente estalló una pandemia. Definitivamente, para cualquier persona migrante es un momento de incertidumbre. Esto nos ha llenado de absolutamente miedo a todos. Desde mediados de marzo, estamos recibiendo clases virtuales. Sin embargo, mi máster tiene un componente elevado de aprendizaje fuera de las aulas: visitando obras, edificios, asistiendo a conferencias. Y ahora todo se ha visto reducido prácticamente a mi habitación debido a la COVID-19. Me traje la computadora del lugar donde estaba haciendo mis prácticas, trabajo cuatro horas en la mañana y luego vuelvo a la misma mesa de trabajo para estar cuatro horas recibiendo clases virtuales.

Por otro lado, me metí a un proyecto musical acá en Madrid y hemos tenido ensayos virtuales, pero, siendo honesto, es un poco frustrante y agobiante que todo tu diario vivir se desarrolle en un solo ambiente.

Además, he de tranquilizar a mi familia en Honduras. Vivo en una de las ciudades más golpeadas del mundo por el coronavirus, pero quiero que sepan que, a pesar de todo, estoy sano y estoy bien.

Creo que esta crisis por COVID-19 nos deja un sinfín de oportunidades completamente distintas y nos obliga a abrir la mente para enfrentar nuevas situaciones. Por ejemplo, en los últimos días me he planteado poder especializarme en gestión de riesgos arquitectónicos en contextos de emergencia.

No hay mucha claridad sobre si podré finalizar mis estudios este curso académico, porque debido al área de especialización, contaba con unos recursos que se eliminaron o se limitaron de gran manera. Pase lo que pase, mi intención es seguir un tiempo más en España. Me encanta la multiculturalidad y la vida de Madrid, creo que es un lugar donde puedo crecer y aprender mucho.

A otras personas migrantes que han tenido que vivir esta situación de confinamiento les diría precisamente que no hay crisis que sea sencilla, o como decimos en mi país, “el hondureño tiene callo”, que es una expresión para evidenciar que hemos aprendido a sobrevivir ante las múltiples carencias existentes.

Al final del día, se debe de ver el lado positivo de las cosas, a pesar de lo trágico de esta situación, y aprender qué se puede hacer para ser un agente de cambio en la sociedad.

SDG 8 - TRABAJO DECENTE Y CRECIMIENTO ECONÓMICO